Hidalgo, Morelos y Josefa: los Estrategas de la Independencia de México

En la fría madrugada del 16 de septiembre de 1810, el repique de una campana no fue un llamado a misa, sino un llamado a la historia. Detrás del emblemático Grito de Dolores no hubo una sola mano, sino una conjunción de voluntades, estrategias y audacias que, tejidas en la sombra, dieron forma al primer aliento de libertad de México. La gesta independentista fue un mosaico de liderazgos complementarios, donde cada héroe aportó una pieza indispensable para un rompecabezas que cambiaría el destino de una nación.

La figura del sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla emerge, no solo por arengar a las masas, sino por su comprensión profunda del descontento social que hervía en el Bajío. Más allá de la imagen del cura con estandarte, Hidalgo era un intelectual formado, conocedor de las ideas de la Ilustración, y un líder práctico que había impulsado actividades económicas alternativas en Dolores, desde la alfarería hasta la cría de abejas. Su decisión de tomar las armas no fue un arrebato, sino una elección calculada ante la inminente caída de la conspiración de Querétaro. Su genio radicó en canalizar el clamor popular por la justicia y la tierra hacia un proyecto político de autonomía.

Si Hidalgo fue el volcán que inició la erupción, José María Morelos y Pavón fue el arquitecto que buscó darle forma y cimientos al movimiento. El Siervo de la Nación, también clérigo, transformó la rebelión inicial en una causa con un proyecto de nación definido. En los Sentimientos de la Nación (1813) y through the Constitution of Apatzingán (1814), esbozó los principios de soberanía popular, división de poderes y la abolición de la esclavitud y las castas. Su genio militar se evidenció en la conquista del sur del país, demostrando una estrategia táctica superior que mantuvo viva la llama de la insurgencia tras la captura de los primeros líderes.

En la trastienda de la conspiración, la inteligencia y valentía de Josefa Ortiz de Domínguez, la Corregidora de Querétaro, fueron determinantes. Desde su posición en la élite colonial, operó una red de comunicación clandestina que permitió a los insurgentes coordinarse. Cuando la conspiración fue descubierta, su encierro no fue obstáculo; el golpe que dio en una puerta para alertar a un aliado y avisar a Allende se convirtió en el sonido que salvó la revolución. Su acción aseguró que el levantamiento se anticipara, pasando de un plan frustrado a un movimiento imparable.

La grandeza de estos personajes reside en la complementariedad de sus roles. Hidalgo movilizó el sentimiento popular, dando masa crítica y momentum inicial al movimiento. Morelos lo dotó de estructura ideológica y militar, profesionalizando la lucha. Josefa Ortiz proveió la logística, el secreto y la inteligencia necesarios para nacer. Fueron tres pilares de una misma estructura: corazón, mente y nervio.

Fuentes como las cartas de la época, conservadas en el Archivo General de la Nación, y los estudios de historiadores como Carlos Herrejón Peredo sobre Morelos, o Luis Reed Torres sobre Hidalgo, demuestran que sus decisiones, aunque a veces disputadas, fueron movidas por una visión de futuro y no por ambición personal. Morelos, por ejemplo, definió con claridad los límites del futuro México, desde el norte hasta el istmo de Tehuantepec.

El legado de esta triada fundacional es tangible hoy. Morelos sentó las bases del Estado mexicano moderno; Hidalgo encarnó el derecho a la rebelión contra la tiranía; y Josefa Ortiz se erigió en un símbolo temprano de la participación crucial de las mujeres en la vida pública de México. Sus figuras, lejos de ser reliquias del pasado, inspiran continuamente la defensa de la soberanía y la justicia social.

Lejos de la mitificación, el estudio riguroso de sus aciertos y estrategias revela una lección perdurable: la construcción de una nación requiere la convergencia de distintos tipos de liderazgo, desde la pasión movilizadora y la inteligencia estratégica hasta el coraje en la sombra. Fueron, en su conjunto, los estrategas de la primera y más importante victoria de México: la de su propia existencia.

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